jueves, 2 de marzo de 2017


Good bye, Claus

Por Gabriela Caballero Delgado



Claus Ranke se va. El hombre avanza por la estrecha calle y no puede oír el leve crujido de su puerta y sus ventanas, que se confunde con el ruido de motores encendidos y neumáticos deslizándose por la pista, o el pregón de los enganchadores cerca de la RENIEC ofertando fotos para el DNI. Al ingresar al lugar, las mesas y los muebles lucen vacíos; más tarde las conversaciones de la gente lo inundarán todo. Los pasos del hombre fueron quedando sobre las losetas del piso y el gran espejo horizontal que comunica ambos salones ha ido guardando su imagen europea tantas veces. Las paredes saben que la presencia de quien los contempla tras aquellos espejuelos no era permanente; y todo este tiempo, han estado preservando recuerdos de él entre sus porosidades. Aquí, el hombre, casi difuminándose por el halo del cigarrillo, se descubre a sí mismo habitando entre sus cosas. Ahora él y todo aquello que fue testigo de su vida en Tacna se preparan para la inminente despedida.     
Conocimos a Claus hace más de cuatro años. Fue cuando su figura quedó indefectiblemente unida al lugar donde iríamos reuniéndonos siempre que deseábamos conversar de libros, escuchar buena música, disfrutar de presentaciones teatrales, ver cine o contemplar exposiciones pictóricas. Lo vi por primera vez en el Divas. En aquel tiempo, nos hablaba de su historia y su doble nacionalidad. Así como de sus ganas de crear un espacio en que confluyeran todas las artes. Esa noche, nos advirtieron de no excedernos con el tiempo. Sin embargo, aquel extraño hombre de forma alargada, delgado, con espejuelos, barba y un cigarro entre los labios permaneció junto a nosotros. Uniéndose a nuestra conversación hasta descubrir sorprendidos la luz azulina del día filtrándose por los vidrios de aquella casona. Su compañía cordial debió sorprendernos a tal punto que de inmediato encontramos en él a un amigo. Y estuvimos a su lado en su nuevo proyecto, al cual bautizó como Café Zeit, “el café del tiempo”, impulsándonos a continuar con nuestra tribuna cultural.
Durante las “Noches de Bohemia” que Willy organizaba en estos ambientes, disfruté de las mejores conversaciones extraviándome por horas en la lectura de poemas y cuentos, o en los colores y las formas expuestas en  los cuadros que colgaban de las paredes. Desde una de aquellas mesas, contemplé la caracterización de Frida Kahlo en el teatro danza y, protegida por la penumbra, extendí mis manos sobre la actriz quien daba vida a su composición “La columna rota”, pretendiendo aliviarla de su agonía.  Me conmoví también con la música, tornándose el ritmo de mi corazón en un tamborileo alocado al compás con ella. Nos reencontramos con los amigos e hicimos nuevos. Y hoy somos tantos quienes nos descubrimos con historias comunes surgidas en este café donde coincidió la cultura en todas sus manifestaciones.
Aunque Claus no siempre haya hecho amigos, debido a su carácter confrontacional, muchos vamos a extrañarlo porque lo queremos. Él no es de las personas que te ofrece un vaso con agua al notar tu poca capacidad de gasto; él te brinda un café o un jugo, y de tanto insistir terminas aceptándole una bebida especial, una hamburguesa o un kuchen. En varios momentos me he sentido avergonzada por sus atenciones y hasta lo he imaginado cayendo en bancarrota por su extremada generosidad con los demás. Una vez, le sirvió café y galletas a un joven que recién asistía a uno de los eventos organizados por nuestro grupo. Aquel estudiante universitario huyó atemorizado pues no había hecho ningún pedido y tampoco tenía cómo pagarlo; nunca entendió que solo se trató de un gesto de amistad.
He desistido de pedirle a mi amigo que no se vaya, porque comprendo que su salud es lo primero. No volverá, lo sé. Y no consigo evitar sentirme triste; aunque él nos diga que todo seguirá como siempre pues se aseguró de hacer un traspaso con todo el concepto del café. Solo asiento la cabeza cuando me recomienda cuidar a Willy y repite que debemos ahorrar para visitarlo en Montreal. Allá nos estará esperando. Quizá sea cierto y entonces podamos reencontrarnos con él, con Rosa María, Sofía y Erika. No estoy segura de volver al café cuando ellos se marchen o si buscaremos otro espacio para nuestras actividades. Por lo pronto, contemplo aquellos ambientes que tan cotidianos se nos hicieron los últimos años, e intento imaginarlos sin Claus y su familia; pero no es posible. Se han impregnado para siempre en aquellas cosas. Tal vez, el día de su partida ya me haya acostumbrado y consiga despedirme de ellos sin derramar una sola lágrima.


Viernes 23 de marzo de 2012

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