miércoles, 26 de agosto de 2015

GILDA de Juan Torres Gárate


Así empezó Cuadernos del Sur, una revista de un solo número que luego terminó siendo la Editorial.

Gilda 
(Fragmento)

1



Con Gilda coincidimos en la casa de una prima. Nos veíamos después de varios años, cinco o seis, o quizá más, y la impresión que tuve al verla me puso al borde del infarto. No era para menos: Gilda, la mujer de quien había estado perdidamente enamorado besaba con calculado encanto a nuestra anfitriona. Por aquel entonces vivíamos en el mismo barrio y ella era mi vecina. Por eso, cuando ingresó a la sala, al verme sentado en uno de lo sillones desplegó su hermosa sonrisa, señal inequívoca de reconocimiento. Yo tampoco pude disimular mi alegría. Me levanté y fui a su encuentro. Pronunciamos nuestros nombres al unísono y luego nos quedamos contemplándonos largamente, No has cambiado en absoluto, me dijo sonrojándose. Tú en cambio estás más hermosa, dije no sólo como un cumplido: los años no habían pasado por ese rostro ahora que el color de sus ojos era más violeta que nunca y que su cabello se desmayaba en fatigados bucles sobre la blanca piel de sus hombros desnudos; por lo demás, los años no habían insinuado aún el deterioro de su cuerpo, al contrario, habían subrayado la perfección de sus formas.

La conocí cuando estudiaba la secundaria. Esa secundaria extenuante que cursó mi generación, que nos obligaba a levantarnos de madrugada para el diario repaso de las lecciones y que, en mi caso, me llevaba a recorrer la Avenida Bolognesi cuan larga era dándole duro al estudio, y fue precisamente una mañana de crudo invierno, al empezar julio, lo recuerdo exactamente porque ese día era cumpleaños de mamá, que vi a Gilda por primera vez. Salía del barrio acompañada por un hombre mayor. Ella lo cogía del brazo y charlaban animadamente. Yo había terminado mi tarea y regresaba a casa enfundado en una gruesa chalina cuando, al cruzar la pista, tropecé con la pareja. Me quedé boquiabierto, cautivado por la belleza de la muchacha mientras pasaba de largo. Sin embargo, a poco de hacerlo, ella volteó y, no sé si en realidad lo hizo o fue sólo mi imaginación, me obsequió con una sonrisa y una lánguida mirada de violeta matutina. Me quedé estático mientras bajaban por la Avenida con dirección al mercado. Entré corriendo a casa y me arrojé a los brazos de mi madre para saludarla. Mamá debió pensar que la quería muchísimo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario