martes, 25 de agosto de 2015

La memoria afectiva en Estampas tacneñas Los años 30




La memoria afectiva en Estampas tacneñas Los años 30

Por Gabriela Caballero Delgado


El público se puso de pie mientras iban aplaudiendo rítmicamente. Sus voces se unieron a la de los actores y un solo coro que pregonaba la fraternidad fue extendiéndose por cada espacio del teatro municipal. Pero eso sucedería mucho después de que Luis Cavagnaro Orellana —autor y director de la revista musical Estampas tacneñas Los años 30— presentara la última estampa de la noche y apoyando un brazo sobre el piano, dijera: “la auténtica felicidad es la que se consigue a través del apoyo mutuo”. De eso se trataba todo, de un himno a la solidaridad. Luego ladearía la cabeza, perdiéndose su mirada más allá del público que lo observa. Entonces por unos segundos, solo unos segundos, Luis Cavagnaro ya no estaría allí; se fue remontando a escenarios distintos y  otras imágenes acudieron veloces a su mente en tanto repetía para alguien, para sí mismo, para todos: “la indiferencia… la indiferencia…”.
Estampas tacneñas Los años 30 es una invitación a la nostalgia. Dividida en tres estampas: “En la vieja recova”, “Una kermesse” y “En la Boca del río”.  
—Hay cosas tiernas, hay cosas cómicas, hay cosas reflexivas.
Iluminado, de mirada y palabras cargadas de ternura, evadiéndose a veces hacia su propio mundo, dirigiéndose a los asistentes, reclinándose en el piano cuya música acompañará después cada escena: será así como Lucho Cavagnaro presentará cada estampa, contextualizando las escenas que se desarrollan dentro. Contará de cuando era niño y acompañaba a sus tías Milita y  Catalina. Hablará del tiempo de la ocupación chilena. Cuando los jóvenes que alcanzaban los dieciocho años debían abandonar Tacna para no servir en el ejército de un país que no era el suyo. Cuando agraciadas señoritas tacneñas optaban por la soltería antes de casarse con cualquier oficial del ejército invasor, o acudían al andén del tren aguardando el regreso de los amados... Y será así como cada persona verá los paisajes que poblaron la infancia de este creador y escucharán la historia de sus personajes, reconociendo en ellos sus propias historias. Así será.
“¿Cuál es el corazón de un pueblo?”, pregunta Cavagnaro. “Sus mercados”, se responde. La Recova era un antiguo mercado situado en la avenida Bolognesi, un incendio y la modernidad quisieron que se derrumbaran sus piedras de cantería y se levanten muros de cemento. Ese será el escenario de la primera estampa donde se comenta el alza de los precios y las noticias del periódico local, donde dos vendedores ofrecen piedra de lagarto y cebo de culebra, respectivamente; donde una simpática criada observa con asombro tanto alboroto.
—La gente creía que los lagartos tenían una piedra en la boca; la cual retiraban y colocaban a su costado cada vez que iban a beber en alguna fuente. Era entonces cuando alguien, que había estado observando oculto, aprovechaba la distracción del lagarto, salía, lo empujaba y tomaba la piedra echándose a correr. Aquellas piedras verdes se vendían y la gente las compraba creyendo que con ellas mejorarían su suerte en el amor. Y el cebo de culebra era la panacea: lo curaba todo.
Son dos las escenas profundamente emotivas en esta primera estampa: “Tango de la viejita” y “Tierna elegía para una artista”, con las cuales el autor brinda homenaje a dos mujeres que dejaron profunda huella en su pasado. La viejita había sido en su juventud una orgullosa y adinerada muchacha de origen irlandés, pretendida por los mejores hombres de Tacna; sin embargo, ella no los consideraba a su altura, por lo tanto se negaba a aceptar aquellas propuestas de matrimonio. El tiempo pasó y un día descubrió que estaba sola, había envejecido y la crisis iba dejándola en la miseria. Fue cuando decidió rematar sus muebles, sus vestidos, sus joyas...
—Malbarateó todo lo que tenía, conservó únicamente su cama; pero era muy altiva, nunca aceptó ninguna caridad, ni aun la que venía disfrazada de amistad. Yo me negaba a pasar frente a su casa, no porque sintiera miedo; sino porque me dolía su tragedia. Murió de inanición.
La otra dama era Leontina Laura Marín; sus mariposas en el cabello parecían anticipar algún personaje de las obras de García Márquez. Fue discípula del pintor Alberto Zeballos. Tocaba el piano, cantaba. Mientras una pareja baila delicadamente al fondo del escenario, la voz de Cecibel Castrejón va perfilando a la antigua dama: “Una mariposa prendida en tu pelo / jugaba una niña en tu corazón / fue tu pasar danza que adornó el camino / altivez de reina, voz de ruiseñor.”.
—Ni el bolero, ni el rock, ni el mambo han tenido tanta efervescencia como el charlestón —había dicho el autor al presentar la segunda estampa. Y como no podía dejar a un lado el piano que tocaba animadamente para subir al escenario con los bailarines, se conformó con mirarlos danzar desde abajo, alegre y ansioso como un niño, dando brincos en la banca, haciendo bailar sus dedos sobre las teclas. Ya meneando la cabeza y los hombros de un lado a otro; ya cantando a viva voz con los actores y coros. Así fue como bajó el telón y se acabó la segunda estampa.
En 1963, el asfaltado de la carretera que va de la ciudad al litoral tacneño, se constituyó en un punto de quiebre que dividió en dos la vida de los veraneantes. Antes había sido para ellos un tiempo de dicha. El trabajo colectivo en la construcción de los ranchos con totora y caña, los juegos compartidos, la práctica permanente de la solidaridad los hacía parte de un grupo humano fraterno. Después vendría el cemento y con él, la competencia insana y el afán de ostentación, el individualismo y la desconfianza.
—Yo he tomado esta tercera estampa como una metáfora de hermandad, para valorar el espíritu que se vivía en la playa, donde no había ni ricos ni pobres. La playa era eso: solidaridad.
Finalmente, había que dejarse encantar con el juego de chicos y chicas en las playas de Boca del Río, con el ejercicio humorístico de los forzudos y el canto que pregona la verdadera felicidad. Debía cerrarse el círculo para comprender el sentido de esta revista musical, declarada Patrimonio Cultural de Tacna: la rememoración de un pasado solidario que pertenece a todos. Y quizá el mensaje haya sido asumido completamente; de allí que levantándose de sus asientos, el público aplaudía, cantaba y luego estrechaba la mano de los actores, recordando que el saludo es la forma más elemental de humanidad. Afuera, la niebla iba dejando caer su manto helado sobre la ciudad. Los hombres para defenderse de ella al salir del teatro, deberán aferrarse a la memoria afectiva de este cálido espectáculo que Luis Cavagnaro Orellana y su grupo han ofrecido, gratuitamente, por el aniversario de Tacna. 
      

Tacna, 17 de agosto de 2013

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