LOS RELOJES DE ADELA
Gabriela Caballero Delgado
Cuadernos del Sur, 2009
100pp.
Gabriela
Caballero Delgado (Cusco, 1977). Radica en Tacna hace casi 30 años. Ha egresado
de la Facultad de Educación en la Especialidad de Lengua y Literatura de la
Universidad Jorge Basadre Grohmann de Tacna.
Sus crónicas y
artículos han sido publicados en distintas revistas impresas y electrónicas
(Utopía, Límite, Gaceta del INC-Tacna, Diario Correo, Pez de oro, Cometa de
papel, La yegua Colorá, Alto de la Luna, El Pueblo, etc.) Coordinadora de la revista de literatura Utopía.
Jefa de redacción de La yegua colorá, Asesora literaria
de la editorial Cuadernos del Sur.
Fue finalista
en la XIV Bienal de Cuento Premio Copé 2006 y; ha ganado el primer premio del I
Concurso Nacional de Cuento de ELECTROPUNO 2006.
Sus cuentos han sido publicados en distintas antologías y colecciones. Fue incluida en El cuento peruano 2001 - 2010 de Ricardo González Vigil.
Los relojes de Adela, ópera prima de Gabriela Caballero
Delgado, es una colección de diez cuentos con que damos inicio a la publicación
de su obra de ficción.
La llegada de
un profesor que, enfrentando a los personajes, inexplicablemente construye una
escuela en un pueblo sin niños. El conflicto de un hombre que se descubre sin
memoria y preso en una habitación extraña. La angustia de un joven, sufriendo
el acoso y la presencia inquietante de tres hombres. La prolongada espera de
una mujer aguardando el retorno de quien literalmente le ha dejado en prenda su
corazón. Un grupo de muchachos enamorados de una joven que está muriendo,
decididos a protegerla de la inminente venida de los otros. Un anciano que
olvida un suceso importante. Una historia de amor que trastorna la racionalidad
de una mujer. La llegada periódica de fotografías que exhiben la lenta agonía
de una niña. El homicidio de una bella mujer en la playa. Y la historia de
Adela y sus innumerables relojes incapaces de señalar la hora. Cuentos
entretejidos en torno a la soledad, el intimismo, la incomunicación, los celos
y el amor; bajo la perspectiva de lo fantástico. Son algunas características de
un estilo literario que convierten a Gabriela Caballero Delgado en una valiosa
narradora.
“[...] Tiene
una gran habilidad para explorar los mundos interiores de sus personajes y para
ser todos ellos y ninguno... El lenguaje es por otra parte límpido y muy
plástico [...]”
Eduardo González Viaña
Los relojes de Adela
A
|
l despertar Adela y contemplar
la luz filtrándose por los intersticios de su puerta, vuelve a sorprenderse de
continuar viva. Palpa sus hombros, su vientre y sus caderas buscando
convencerse de una inmaterialidad forzosa. Habría deseado en ese momento no
despertar, no percibir el malestar de su cuerpo extremadamente envejecido y no
volver a sentirse confundida y engañada con cada siguiente día. Resultó un
error creer que esta vez pudo conjurar a la muerte para que viniera por ella,
se acostara en su cama y se sumergiese en su cuerpo. Se niega entonces a
levantarse. A vestirse con el camisón de diario. A barrer tantas veces su patio
hasta la altura del camino y luego poner la tetera en el fogón preparándose el
desayuno de las mañanas. Y no por temor a confundir la noche con el día, cuando
supuso que la pereza se había apoderado de todos los vecinos que aún no se
levantaban y luego se quedó contemplando el cielo, extrañamente iluminado por
una luna gigante, sintiendo un atontamiento jamás contado a nadie. No era el temor a esta inversión de tiempos lo que la
hacía aferrarse a la cama, sino la seguridad de estar siendo castigada por
algún pecado cometido en vidas anteriores. Respira profundo y llora apretándose
a la almohada hasta volver a sentirse tranquila. Entreabre los ojos, tratando
de adivinar ahora si en verdad amanece o es sólo la noche prolongándose. En la
penumbra de su cuarto se superponen las numerosas formas de relojes extendiéndose
por todos lados. Relojes en cada rincón y espacio de las paredes cuadriculadas.
Relojes sobre los cajones de ropa. Relojes en la cómoda junto al candil. En el adoratorio, entre las imágenes de
santos y velas misioneras. Relojes bajo la cama, junto a su almohada. En la
cocina, metidos en las ollas, sobre las
mesas, en las bancas y en las sillas. Relojes creciendo apilados tras la
puerta. Relojes colgando en la parra del patio como racimos de horarios. Floreciendo
en las macetas. Delicados, multicolores, redondos, cuadriculados, diminutos o
gigantes; con formas de balones, mariposas, gatos, campanas, zapatos, torres,
niños abrazándose. Relojes acaso con cientos de formas que incluso ella no
conoce pero absoluta y totalmente inútiles. Ninguno de ellos podía decirle a
Adela si en verdad amanecía.
Nadie se resistió nunca a comprarle un reloj a Adela y obsequiárselo
para verle su carita llena de arrugas que se agolpaban y contorsionaban en
formas graciosas cuando ella sonreía al descubrir el reloj y le buscaba un
nuevo lugar entre las paltas o chirimoyas.
Cómo habrían de saber si Adela odiaba los relojes. Si detestaba sentir
su presencia en cada paquete delicadamente envuelto en papel de regalo y cintas
de agua. Si sospechaba sus pulsaciones de horario. Si los maldecía en secreto
al verlos descomponerse en sus manos y detener el movimiento de sus agujas
cuando ella desgarraba el papel, abría la caja y los tomaba por primera vez.
Adela odiaba los relojes desde siempre.
Su casa era un lugar lleno de curiosidades para los niños del pueblo.
Todos ellos venían a verla después del colegio, cuando antes de llegar a sus
hogares se desviaban del camino, tocaban su puerta y la llamaban abuela. Les
agradaba tanto contemplarla caminar graciosamente, levantando los pies y
retorciendo su cuerpo para evitar pisar los relojes empolvándose en el piso y
mostrarles luego los recién obsequiados o recorrer ellos mismos la casa y
elegir a los que más les atraían. Tomarlos entre sus manos. Examinar sus
colores y formas. Llevarlos junto a sus orejas y oír aquel suave tic-tac
desprendiéndose de todos aquellos relojes
y desaparecer en cuanto
volvían a dejarlos en sus sitios. Ignorando que mientras Adela acaricia sus
cabellos, no puede dejar de sentir rabia por todos ellos. Los niños estaban
creciendo y ella sospechaba que también le obsequiarían nuevos y extraños
relojes.
Hace tanto renunció a preguntarse el porqué los relojes se descomponían
apenas les aproximaba sus dedos. Siempre pensó si un día sería capaz de
deshacerse de todos ellos. Apilarlos en el centro del camino y encender una
gran hoguera. Entonces los vería arder y consumirse en una forma única mientras
ella danzaría alrededor del fuego. Despreciaba todos aquellos relojes que la
hacían más consciente de su existencia diaria. Por eso debía condenarlos al
fuego y tal vez terminar arrojándose también para fundirse sin penas ni
arrepentimientos. Sólo salvaría a uno de ellos, aquel que no le pertenecía
porque era de sus padres y hace cientos de años marcó el momento exacto de su
nacimiento, deteniendo el movimiento de sus agujas cuando Adela brotaba de
entre las piernas de su madre. Aquel reloj ocupaba un lugar escogido en su cama
retornándole recuerdos de una infancia remota y casi irreal. Los otros podrían
perderse en el fuego con ella. Pero luego imagina que todo seguirá igual. Los
relojes no se fundirían. Aún ahora están apropiándose de su casa. Perpetuando
sus propias vidas sin movimientos ni tictac. Negándose a perderse o
extinguirse. Intactos e indiferentes al polvo que no los herrumbra.
Adela sabe que en verdad está amaneciendo. Puede escuchar desde su cama
el susurro de voces vecinas en sus casas, el roce repetido de cuerpos entre
sábanas de madrugada. Dentro de poco también oirá las olas de hojas secas y
basura arrastradas por las escobas, reunidas en montoncitos humeantes a lo
largo del camino. Advertirá el crepitar de la leña en los fogones, el bullir
del agua hirviendo en las teteras y los pasos de la gente encaminándose con
mantas y segaderas a sus chacras por la alfalfa de los animales. Adela
contempla todos sus relojes intentando descifrarlos. Su cuerpo está
envejeciendo. Y aunque pretende lastimarse, las heridas siempre se le cierran.
Ahoga un grito desesperado convencida de una inusual existencia y de que el día
de su nacimiento, alguien deliberadamente ha olvidado marcarle la hora de su
muerte.
Tacna, 2004
Buena, es uno de los libros que más me ha gustado
ResponderEliminartexto maravilloso
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